Los profesionales de la salud están expuestos todo el tiempo a situaciones desgastantes, que implican presenciar, escuchar o tratar con el sufrimiento de las personas a las que tratan de ayudar.
El trabajo de las enfermeras es un ejemplo de esto. Cuando no se encuentran preparadas para atender y enfrentar las experiencias de los pacientes, su respuesta indirecta es tratar de desviar o silenciar el sufrimiento de sus pacientes; esto termina por abrumarlas y llenarlas de frustración. Por lo que al desarrollar el síndrome posteriormente, les resulta imposible mantener un nivel de interacción necesario para comprender las necesidades del paciente; esto evita la identificación y prevención de problemas en su tratamiento.
Las personas que lo padecen, también son afectadas en su vida diaria, faltan más veces al trabajo y padecen un alto nivel de estrés, sentimientos de desesperanza y en algunos casos desarrollan insensibilidad a los estímulos gratos y placenteros. Los hospitales de muchos países han comenzado a tomar precauciones para identificar lo antes posible la aparición de este síndrome en su personal.
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